Estos versículos evangélicos se incluyen en la trama misma de las Reglas, en el capítulo que habla de la manera de ir por el mundo. En la primera Regla forman ellos solos casi la totalidad del capítulo. Los hermanos debían ajustarse a estos consejos. Así, "en cualquier casa donde entren digan primero: Paz a esta casa. Y permaneciendo en aquella casa coman y beban lo que les pongan delante" (cap. 14). En este texto se puede identificar una cita de San Lucas, restringida, pero exacta en sus palabras. En la segunda Regla la intención es idéntica, pero la redacción es aún más esencial.
A esta paz, dirigida a las casas donde entran los franciscanos, se añade un saludo idéntico para todos los que se cruzan en su camino. Francisco escribe en el Testamento: "El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El Señor os dé la paz". Esta práctica va más allá de la prevista en las palabras de envío de Jesús a los discípulos, pues proviene de Francisco y de su inspiración. Podemos pensar que deriva del texto evangélico, y que completa sus recomendaciones. Sabemos igualmente que Francisco, desde los comienzos, empezaba sus sermones deseando la paz: "En cada predicación, antes de transmitir la palabra de Dios al pueblo, les deseaba la paz diciendo: El Señor os dé la paz" (1Cel 23). En 1Cel. y en 3Comp, este saludo de paz al comienzo de la predicación parece conectar con la meditación de los textos evangélicos relativos al envío de los discípulos para la misión, que Francisco ya había descubierto antes. En pocas palabras: los saludos de paz parecen tener el mismo origen y significado.
El significado de estos diferentes saludos de paz sólo se explican en un pasaje de Tres Compañeros. Francisco decía a sus compañeros. "Que la paz que anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones Que ninguno se vea provocado por vosotros a ira o escándalo, sino que por vuestra mansedumbre todos sean inducidos a la paz, a la benignidad y a la concordia. Pues para esto hemos sido llamados: para curar a los heridos, para vendar a los fracturados y para corregir a los equivocados." (3Comp 58).
La paz que los franciscanos tienen que tener en su boca es la de su corazón. Es la paz interior, la que ellos han conquistado. El escándalo y la ira que ellos podrían provocar si faltaran estas buenas disposiciones, refleja, evidentemente, el vocabulario de las Admoniciones. Escándalo e ira son la realidad de los que no saben conservar la paz... Esta paz que los franciscanos llevan en su corazón es la del comentario de la Admonición 15 a la bienaventuranza de los pacíficos.
Francisco compromete a sus hermanos a anunciar la paz y a dar testimonio de la dulzura, que se convierte en el medio para atraer a todos los hombres a la paz verdadera, a la bondad y a la concordia. Esta finalidad conlleva la reconciliación entre los hombres, en los mismos términos de la paz medieval. El modo que Francisco impone a los hermanos es el que él mismo les había enseñado, haciéndoles cantar el Cántico con una estrofa sobre la paz, cantada en presencia del podestà o regidor de Asís y del obispo. El saludo de paz es el esbozo del mismo diseño. Puede ser el principio del renacimiento espiritual que lleva finalmente a la concordia. La vocación franciscana presentada por Francisco de manera metafórica hace clara alusión a la oveja perdida, es decir, al pecador que se desvía y que necesita reconciliarse con Dios. Las llagas y los miembros fracturados son más bien una evocación de los conflictos humanos y de sus consecuencias: el odio, la ira y todos los sentimientos desencajados de la turbación. Francisco, conscientemente, va sembrando el camino de fermentos de concordia, sabiendo además que sus hermanos son un testimonio vivo de ello.
El saludo de la paz hecho a imitación del Evangelio, como primera palabra que los franciscanos dirigen a los demás, se esfuerza en hacer que el corazón se abra a la paz, es decir, a esa fuerza espiritual interior que es principio de renovación moral y civil. Esta primera palabra pretende hacer entrar en los planes de renovación entre los hombres, mediante la profundización interior y el Evangelio, del que la Orden franciscana da un testimonio colectivo.
Dos textos evangélicos, con sentido probablemente idéntico, parecen permitirnos dos modos de acercarse a la paz. Hay que notar que en Francisco ambos se funden en una misma experiencia de la paz. La paz interior de la bienaventuranza, y la que se proclama en plenitud y se dirige a cualquiera, forman una sola y única realidad.
La coherencia está en el hecho de que Francisco no es un pacificador en el verdadero sentido de la palabra. A él no le compete la obligación de negociar acuerdos, de equilibrar concesiones ni de recibir juramentos. Este papel es noble, pero no es el suyo. A él le corresponde crear las condiciones espirituales que permitan a cada cual tener el empujón necesario para optar por sí mismo a favor de la paz y la concordia. El Evangelio que alimenta esta meditación espiritual consiente también hacer frente a los acontecimientos.
Francisco sabe bien que la paz puede pasar del corazón de sus hermanos al de cada hombre. Él les da una misión de paz cuando los envía de dos en dos a predicar (1Cel 29). Él tiene un plan de paz para el mundo (1Cel 24), y esta empresa abre las puertas del reino de los cielos. El saludo de paz de los hermanos descansa en la experiencia de la bienaventuranza evangélica de los pacíficos. El punto fundamental es, con toda seguridad, esta paz que predomina por encima de todo.
JACQUES PAUL
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